lunes, 25 de junio de 2012

EL TRISTE EPISODIO NACIONAL (XXIV)


                                                EL TRISTE EPISODIO NACIONAL (XXIV)


La venta de la Mina, siempre ha dejado un agrio sabor, mitigado en parte, cuando se analiza con lejana perspectiva las escasas opciones a que se vieron abocados  los responsables de aquel  “triste episodio nacional”.
Evidentemente, excepcional  –en el  ámbito nacional, extensible al político- fue enajenar de una rica parcela de aquella España, desangrada interiormente por luchas de políticos entregados a banderías de partidos e  inconfesables intereses, ambiciosos militares persiguiendo honores y brillantes condecoraciones que prender en sus guerreras, nobles terratenientes propietarios de enormes latifundios, muchos simplemente acotados para caza, clero muy atento a estipendios, pero olvidados de homilías que denunciasen el lastimoso estado de una sociedad empobrecida  y dolorida por la pérdida de su juventud a que le sometían las levas para nutrir los esfuerzos bélicos en las provincias sublevadas del norte y guerra larvada en las últimas colonias de aquél imperio donde nunca se ponía el sol, pero quienes se torraban  bajo él, lo hacían escasamente nutridos y deficientemente calzados.
En la cúspide de tan injusta situación y pasando de cualquier cambio del sistema, se sostenía una monarquía que en sus tardíos contactos con el pueblo llano se limitaba a compartir el arte de Cúchares ó  asistir a las populares verbenas madrileñas, sin renunciar a determinadas aventuras  a extra muros de Palacio.
Quizás a muchos nos llegaron veraces biografías de Fernando VII é Isabel II, incluso Alfonso XII,
trío  protagonista de largos períodos del siglo XIX
Ejemplo de la catadura ramplona y cerril puede dar una idea la anécdota  (por citar sólo una)  que del “Deseado”, Fernando VII, la encontramos en una publicación de los servicios de estudios de una entidad financiera, que así la cita:

En 1831, un grupo de promotores de ferrocarriles, integrado mayoritariamente por ingleses, visitó en el Palacio de Oriente a Fernando VII para hacerle asistir a una exhibición de cierto tren en miniatura que para el caso portaban, tratando de obtener del Monarca la concesión de ciertas líneas subvencionadas. Presenciada que hubo el Rey la demostración, escuchó afirmaciones realmente asombrosas: según los expertos, las ciudades españolas más extremas, separadas de la Corte por muchos días de cansina diligencia y malos caminos, quedarían a no mas de veinticuatro horas de distancia de la capital del Reino. Fernando Vii dio por terminada la sesión, diciendo:

                “Mientras yo viva no habrá caminos de hierro que unan las provincias a Madrid en
                veinticuatro o menos horas de viaje. Si tal facilidad de desplazamiento llegase a ser
                posible, ¿cómo conseguiría secudirme a la media España que aquí se volcaría
                pidiéndome empleo?”

En aquellos años aún no se había conseguido obtener la fotografía, ni remotamente como hoy la conocemos, pero sin lugar a duda, el contenido de la Real actitud y pensamiento, legó a la posteridad un nítido retrato de S,M, que proyectaba una imaginaria panorámica, pero lamentablemente próxima, a la sociedad del XIX,  en consonancia con tan impresentable figura.

Puede parecer incongruente referirnos a cuatro décadas anteriores a la venta de las Minas de Rio Tinto, pero con las debidas disculpas,  se ha querido enfatizar y repetir que el contexto en el que se desarrolló la enajenación del yacimiento minero, no parece que en el tiempo transcurrido,  hubiese cambiado  el entorno en que se llevó a cabo.

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